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El llamado político del apóstol Samuel

Publicado: 2015-12-13

De modo inesperado, el Pastor Samuel determina que ha llegado el momento de incursionar en las elecciones con la finalidad de ser “sal de la tierra”, “luz a las naciones”, “cabeza y no cola”. En una de sus tantas sesiones de oración y súplica, ha recibido la confirmación por revelación divina del llamado a convertirse en político para la gloria de Dios. Durante el culto dominical, lanza el mensaje a su congregación mientras el sudor recorre su camisa blanca. Su amada grey recibe el llamado en medio de llantos, lágrimas y aleluyas. ¡Es el momento! – dice. ¡Es el tiempo de ampliar las estacas, de cumplir el llamado a extender el evangelio a toda la nación, es el tiempo de la gracia! El púlpito resiste los rollizos brazos del efervescente predicador que ha decidido incursionar en poder terrenal, gracias al llamado del Señor Jesucristo. 

El camino no es sencillo, primero debe fijarse una meta ¿Regidor? ¿Alcalde? ¿Presidente? ¡Congresista! Una vez más se pone de rodillas, buscando la dirección de lo divino. De pronto, su co-pastor lo llama, lo esperan un par de hermanos profesores en Teología y auto-declarados asesores. Uno se llama Bernardo, otro Oscar. Ambos lo visitan, le explican que fueron invitados por el co-pastor, que desean colaborar con el llamado de Dios, que han sentido en su corazón el deseo de apoyar en tan noble misión a quien “Dios no lo trajo para volver atrás sino a poseer la tierra que le dio”. El Pastor Samuel mira al cielo y da gracias por los mensajes divinos que se suceden una y otra vez.

El proceso da inicio. Primero, hay que invitar a los más fieles, a los incondicionales, a casi toda la congregación y sus liderazgos. Al principio, se declara libre e independiente, incontaminado por tanto partido corrupto y sin Cristo. Sin embargo, el hermano Bernardo, Oscar y ahora Tomás le explican con base bíblica la necesidad de una estrategia. Le recuerdan los textos en los que Jesús advierte la importancia de prevenir antes de construir, de hacer el presupuesto suficiente para edificar, le recuerda los consejos de Pablo, le repiten una y otra vez el “astutos como la paloma, mansos como la serpiente”. Entonces, el Pastor decide obedecer, Dios envió a estos hombres después de todo. Lo convencen para formar parte de un partido, de cualquier hombre que sea lo suficientemente cristiano o esté próximo a serlo, le recomiendan que no se preocupen, que ellos se encargan.

El Pastor pide en Tesorería la lista de los diezmantes y aportantes a la congregación y sus anexos. Convoca a todos los líderes. Se coloca nuevamente en oración, de pronto, se percata que el título que posee ya no es suficiente, que la extensión de su congregación con más de treinta filiales gigantescas en el Perú es demasiado grande para un simple título de Pastor. Alguien le susurra un nuevo nombre: “Apóstol”. Le gusta el término y entra a la reunión con los más adinerados de la denominación con este reciente orden jerárquico, bien ganado además para alguien dedicado a fundar iglesias. Presenta su llamado, alista su prédica, invita a sus colaboradores a presentarse pero ellos rechazan el pedido, le recuerdan la humildad de Cristo, la sencillez de corazón, la importancia de no aparecer. El ahora Apóstol celebra su humildad con un generoso donativo de dinero extraído de las arcas de la iglesia. Si hermanita, gíreles cheques por el monto que ellos necesiten.

Reclutados los aportantes, prosigue la búsqueda de su equipo, pero este trabajo es de sus colaboradores. Identifican gente fiel, jamás inteligente, personas que estén dispuestas a vivir y morir por la “visión del Apóstol”. Reclutan diez, cien, algunos miles. Los asesores, cuyo don se limita según ellos a “los que ayudan”, logran una entrevista con un candidato presidencial, lo presentan como alguien arrepentido de sus pecados, que ha recibido a Cristo en su corazón pero en secreto con la finalidad de no despertar suspicacias ni rencores. El candidato presidencial está contento, ha levado sin mucho esfuerzo varios miles de votos, pero ahora debe buscar la manera de justificar la candidatura del inesperado líder religioso.

Sin embargo, el apóstol se ha enterado de una manera u otra que para ingresar a un partido o movimiento político primero hay que pasar por un proceso democrático. Se pone en oración una vez más, se siente algo confundido, llama a sus asesores y estos le explican una vez más: “mansos como la paloma y astutos como la serpiente”, pero añaden otros versículos aprendidos en seminarios evangélicos en Lima o en Comunidades bíblicas teológicas, textos como “El señor tiene caminos inescrutables”, “en parte conocemos y en parte profetizamos”, entre otros. Le explican la importancia de estar atento al llamado, a la búsqueda de Dios, a que Él ha ido allanando el camino y que una elección democrática dentro de un partido político no es necesaria, bastan los acuerdos y arreglos en función a la fuerza votante, perdón, gracia de Dios sobre los que se presentan a las elecciones. Le repiten que el gobierno de Dios no es democrático sino Teocrático. Le van explicando la importancia del número de campaña, le piden que lo elija, que tiene la posibilidad, pide el tres o el dieciséis, para no dejar de recordar el típico texto evangelizador. Se queda con el dieciséis para entrar en campaña.

Los fieles seguidores reciben los volantes, afiches, llaveros, calcomanías, destapadores, calendarios, etc. Ha comenzado la campaña. Se ha tomado fotos en distintos ángulos, ha mandado a pintar todas las congregaciones del mismo color que el del partido. Invita al candidato presidencial, lo hace reflexionar, el también desea escucharlo, compara su terno con el de él, compara su carro, su poder. Entristecido, se vuelve a dirigir a Dios en oración, pero esta vez reclama, se queja, lucha con Dios del mismo que Jacob con el Ángel en Peniel. Esta vez, después de orar, llama a sus colaboradores, le pregunta cuánto es el sueldo de un congresista. Le explican, pide un momento para volver a su oficina, se pone de rodillas y agradece a Dios por las bendiciones que vendrán. Los colaboradores le recuerdan el texto bíblico “cada hombre es digno de su salario”, el Apóstol indica a tesorería que se haga un nuevo cheque parar sus hermanos en Cristo y que se les pague lo que sea necesario y cuando lo necesiten. Ellos agradecen nuevamente y piden oración, el Apóstol lo hace, impone manos esta vez, ora con todo fervor para que sean instrumentos de bendición en la campaña rumbo al congreso. Al término, pregunta si el también tendrá un carro, seguridad, viáticos y todo lo que un funcionario de su nivel debe tener. Los tres colaboradores sonríen, celebran, le explican los beneficios que él ya conoce y los que no. Le hablan de los aguinaldos, los gastos de instalación, las comisiones, los seguros, los incentivos, los sueldos extra, los acuerdos, etc. El Apóstol lanza un inesperado ¡Gracias Dios por tus bendiciones! Los asesores responden con un contundente ¡Amén!

La campaña aumenta en intensidad, le fabrican sus discursos, sus propuestas. Tiene algunos estribillos “la reserva moral del país”, “luchemos por lo valores”, “no al aborto”, “pena de muerte”, “Dios no es deudor de nadie”, “protejamos la familia natural”, entre otros. Una entrevista aquí, una entrevista allá, la visita a una iglesia, la denominación fulana lo apoyará, la mengana, la suntana, diez denominaciones, luego veinte, luego treinta y va creciendo su fama. Los asesores cuidan la imagen de su candidato, consiguen otros aportantes no cristianos. El Apóstol pregunta su procedencia, si son evangélicos, si creen en Dios, si tienen una vida moral correcta. Los asesores le indican que no se preocupe por ello, que son generosos y que Dios puede usar a los malvados para hacer lo bueno porque Él es soberano, le recuerdan el texto bíblico de Balaam quien era profeta para mal y terminó bendiciendo a Israel. El Apóstol se alegra, recuerda el texto y siente tranquilidad. Al término de la conversación, mientras el líder religioso se dirige a orar, a uno de los asesores se les escapa la narcoindultada procedencia de uno de los fondos. Por primera vez en su ministerio, el Apóstol se hace el sordo.

El templo empieza a repletarse de nuevos miembros, muchos piden ser parte del partido, se sugiere que sólo sean los verdaderamente diezmantes. Pero al interior de la congregación surgen algunos jóvenes descontentos, dicen que no apoyarán al Apóstol, que ellos son ciudadanos libres de votar por el candidato que deseen, empiezan a mostrar inquietud; también algunos líderes ancianos, aunque de modo más silenciosos y furtivo. El co-pastor informa al Apóstol, quien se pone en oración nuevamente. Luego, llama a sus asesores no para consultarles sino para indicar que ya sabe qué hacer. 

La reunión disciplinaria se programa para un domingo después del culto, se llaman a los líderes que no están de acuerdo con la visión del Apóstol, se les exhorta a arrepentirse y todos de rodillas piden perdón, excepto el mayor de todos. Biblia en mano, habla de Micaías y su mensaje de fatalidad en medio de cuatrocientos cincuenta profetas que dicen lo contrario, se refiere a Amós, a Natán, a Jeremías, lanza versículos tras versículos en su defensa, grita, se desespera, maldice. El Apóstol solo tiene una frase que decir:

- ¡Cuidado con tocar al ungido!

El hermano recibe la mirada de expulsión, se retira vociferando mientras los responsables de la seguridad de la congregación se lo llevan. El Apóstol reprende en el nombre de Cristo a los demonios de división y contienda. Convoca a una jornada de liberación demoniaca interna. Los otrora disconformes con la campaña del apóstol son sacados adelante en uno de los cultos de liberación. Se ora por ellos, los demonios se manifiestan ¡confusión me llamo! Dice uno, ¡división es mi nombre! Dice otro. Se muestran numerosos, uno de ellos habla del maligno plan de Satanás que no quiere que el siervo de Cristo sea congresista. La semana de guerra espiritual tiene los esperados éxitos. Uno a uno se cuenta los testimonios de los arrepentidos quienes apoyan ahora a la campaña. Los asesores se extrañan de la carencia de reuniones. Han llamado y no les han contestado. Tras algunos días, llaman al Apóstol y van rápidamente. Les pide que se muestren, ellos se resisten, les insiste, hará una oración por ellos. Los lleva a un culto, los presenta a la congregación, los obliga a ponerse de rodillas ante el altar, les pide que levanten las manos, lo hacen. Empieza a orar con intensidad y poder. Pide a todos los miembros que levanten las manos, llama a la profetiza para ore por ellos, les brinda un mensaje de lo alto, de lo divino. Los asesores intentan mantener la cordura...es tarde, Bernardo a empezado a llorar, Tomás también y después, para no perder el ritmo, Oscar. El Apóstol los unge con aceite, les recuerda que Dios los ha elegido, que ahora tienen la visión de Dios y que son instrumentos para que el Apóstol logre cumplir el plan del Reino.

El día de las elecciones llega, ese día el culto será muy entrada la noche. Miles de hermanos y hermanas se presentan como personeros para cuidar los votos del Apóstol. En plena fiesta democrática los sumisos hermanos obedecen sin chistar siquiera a las indicaciones de los asesores. El día ha terminado, el conteo comienza, el Apóstol no está entre los elegidos, su nombre no aparece, se pide al grupo musical de la congregación que no vaya a cantar en el culto canción alguna que hable de victoria. Se organizan vigilias de oración, se ora en la noche para que Dios multiplique los votos, se les pide a los más jóvenes que estén atentos al avance de la ONPE en el conteo oficial. 

Ya en la madrugada, se forman escuadrones para iniciar una Guerra espiritual en las regiones celestes que acaben con los principados y potestades que están impidiendo la elección del Apóstol como congresista. Se nombra a una comisión para que vaya a orar a las oficinas de la ONPE. El Apóstol llama insistentemente a sus asesores, los teléfonos no contestan, deja el mensaje en la casilla de voz. Pide a la Tesorera que retenga el último pago al hermano Bernardo, Tomás y Oscar.

- Lo siento Apóstol. Es tarde, vinieron a recogerlo el día de ayer.

El Apóstol se dirige a su oficina, se pone de rodillas, empieza a orar, a clamar a viva voz, a pedirle cuentas a Dios, a llorar de amargura pensando en el carro nuevo que no recibirá, en los gastos de instalación, en las entrevistas, en la curul forrada de rojo del congreso, en las comisiones, en los viajes al extranjero, en el seguro escolar para sus hijos. Llora con amargura intensa, se quebranta y coloca sus rodillas en el piso alfombrado de su oficina. Gime como un niño que ha perdido su juguete favorito, no reprime las lágrimas de un inmenso fracaso, de una derrota total. El espejo frente a su escritorio le recuerda el humilde terno que viste frente al hermoso atuendo del candidato presidencial que también ha perdido. Los días se desgastan en inútiles campañas de oración, en roncas gargantas que se cansan de echar fuera demonios. El conteo final, al cien por ciento indica que ha estado bastante lejos de ser congresista, pero recomienda a sus líderes el decirle a la congregación que le ha faltado muy poco.

Dos domingos después de las fatídicas elecciones, el Apóstol abre su Biblia en Hebreos 11, ha decidido hablar de la fe, de esa fe que les ha faltado a los miembros de su comunidad. Les recalca que no han diezmado lo suficiente, que no han orado lo suficiente, que no han reprendido lo suficiente. Les enrostra que no han sabido ser fieles en medio de la tormenta, que no han sabido mantenerse firmes, que han caído en el pecado de la murmuración y la incredulidad. Habla con efervescencia que Dios le ha hablado y le ha revelado que la profecía de la hermana Leticia sobre que él sería congresista es verdad, pero que no será en este período. Expresa con contundencia que Dios le ha revelado que de esta prueba el único victorioso ha sido Él pero que toda la congregación está en pecado, los llama siervos inútiles, sepulcros blanqueados, hijos de perdición trapos de inmundicia. La gente llora sin parar, se pone de rodillas. El apóstol mira a los músicos, pide que se toquen las canciones de adoración, las lentas…”cansado del camino, sediento de ti, aunque la lucha he ganado mi armadura he desgastado, vengo a ti”. El Apóstol hace el llamado:

- Aquellos que hayan dudado, que hayan sentido incredulidad, que hayan dudado de la visión de Dios…pasen adelante.

Todos salen de sus asientos, se acercan al altar, “gloria a Dios, gloria a Dios, Dios te bendiga, gloria a Dios” repite el Apóstol. Se acercan llorando, los músicos también pero deben quedarse porque de lo contrario no habría quien toque. El co-pastor lo asiste, ambos empiezan a imponer manos para redención, para liberación, un demonio sale, otro espíritu inmundo retuerce a un anciano, muchísimos lloran desconsoladamente. El Apóstol los acoge, los perdona en el nombre de Cristo, los perdona en el nombre de Cristo.

El llanto ha terminado. El Apóstol pide que los músicos canten canciones de júbilo y gozo, todos y todas danzan, celebran, festejan, Dios los ha perdonado, los ha liberado de sus incredulidades. Ahora, como un solo ser, están dispuestos a obedecer nuevamente a la visión de Dios por medio de su querido Apóstol. El avivamiento es total, es el nuevo impulso para generar más congregaciones.

Cinco años pasan, se acercan nuevas elecciones. El Apóstol recibe una vez más el llamado para presentarse como candidato al congreso, la multitudinaria congregación lo respalda. Por la tarde, tres antiguos colaboradores solicitan una entrevista.


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Reflexiones

Reflexiones sobre la comunidad evangélica peruana y su incidencia en la política.